lunes, 24 de octubre de 2011

~ Taza caliente, noche fría~

De nuevo, agazapada en la taza de cacao ardiente, delante del ventanal observando aquella torrencial y rabiosa lluvia pensaba en cosas como el pasado, sí, ese tipo de cosas que la gente cree que la hace interesante. Le doy un sorbo y suspiro, a veces los verdaderes placeres de la vida estan en cosas tan ricas como el cacao caliente, aunque sea instantáneo. En la lejanía oigo las bocinas de los coches, el vaivén de la gente, las luces de la ciudad se quedan plasmadas en las gotas de vaho de mi ventana, como pequeños focos de luz. Que cosa tan extraña, critico a la gente por que tienen la necesidad de hacer interesante su vida a través de divagaciones, y yo estoy divagando ahora mismo, ¿no me convertiría eso en una hipócrita rabiosa de la vida?
Siento como la punta de los pies empieza a enfriarse rápidamente, aquel mes, durante la mudanza se me olvidó de contratar el servicio de gas con tiempo y las estaba pasando canutas en aquel cochambroso apartamento de tres al cuarto, lo único que valía la pena era el vecino saxofonista que tenía dos pisos más arriba, creo que tiene más o menos mi edad pero no estoy segura, de todas formas está casado así que ni se me pasa por la cabeza ningún tipo de idea adultera, aunque no puedo decir que haya sido una santa toda mi vida, pero no me apetece pensar en eso ahora.
Me doy prisa en tomarme el cacao y me doy un homenaje dándome el mejor baño de espuma de la historia, sales de baño de la tienda de abajo, caras las hijas de perra, pero relajantes. Esta noche dormiré bien, no me hará falta ni el cigarrito de después del baño, lo presiento. Después del lujoso baño en una bañera en la que cabía apenas encogida, me asomé de nuevo por el ventanal. Había dejado de llover y ahora se colaba en casa un olor intenso a lluvia y a ciudad mojada, era un aroma muy bueno y relajante. Después del día que había tenido aquello hacía que pudiera darle un punto y final decente. Saqué las mantas gruesas que mamá me trajo del pueblo y las extendí por toda la cama, mi cama era de lo único que estaba orgullosa: era francamente enorme. Me metí, me acurruqué como un ciempiés y dejé que Morfeo me acogiera entre sus brazos.